Nuestra sociedad esta regida por una burocracia administrativa, por políticos profesionales; los individuos son motivados por sugestiones colectivas; su finalidad es producir más y consumir más, como objetivos en sí mismos. Todas las actividades están subordinadas a metas económicas, los medios se han convertido en fines; el hombre es un autómata ( bien alimentado, bien vestido, pero sin interés fundamentalmente en lo que constituye su cualidad y función peculiarmente humana).
Si el hombre quiere ser capaz de amar, debe colocarse en su lugar supremo. La máquina económica debe servirlo, en lugar de se él quien esté a su servicio. Debe capacitarse para compartir la experiencia, el trabajo, en vez de compartir, en el mejor de los casos, sus beneficios. La sociedad debe organizarse de tal forma que la naturaleza social y amorosa del hombre no esté separada de su existencia social, sino que se una a ella.
Toda sociedad que excluya, relativamente, el desarrollo del amor, a la larga perece a causas propia de contradicción con las necesidades básicas de la naturaleza del hombre. Hablar de amor no es predicar, por la sencilla razón de que significa hablar de la necesidad fundamental y real de todo ser humano. Que esa necesidad haya sido oscurecida no significa que no exista.
Analizar la naturaleza del amor es descubrir su ausencia general en el presente y criticar las condiciones sociales responsables de esa ausencia. Tener fe en la posibilidad del amor como un fenómeno social y no solo excepcional e individual, es tener fe racional basada en la comprensión de la naturaleza misma del hombre.
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